Ahora esto no ocurre, las ciudades no quedan vacías, quedan ligeramente en calma y a según que horas no parece agosto. La población ha crecido mucho y la gente se distribuye las vaciones a lo largo del año. Quedan pocos que cojan todo el mes de agosto para irse de vaciones, ahora entre julio y agosto, la gente se coge de dos a tres semanas de vaciones, y se guardan una, para otra época del año en que se puede viajar a mejor precio, para pasar las navidades en família, o para irse a esquiar en enero o febrero.
A pesar de todo esto, la operación salida del 1 de agosto es el terror de todos los habitantes de las grandes ciudades, y también de los habitantes de los pueblos costeros que esperan la gran invasión entre el 1 y el 4 de agosto.
También han cambiado los vehículos en los que nos desplazamos. Han mejorado sustancialmente el confort y las prestaciones, como ilustra muy bien el gran Forges en su viñeta de hoy.

Aún así, el viaje, sobre todo hacia el levante desde Madrid suele ser una locura de un calibre inhumano. Las horas bajo el sol, las estaciones de servicio con las bebidas frías agotadas, sin existencias de combustible en muchos casos y un viaje de unos 400 kilómetros que dura unas 10 horas.
Pero hay que irse de vaciones, hay que descansar del duro trabajo de todo el año, y hay que mojarse el culo en el mar como mandan los cánones. Los clásicos no pueden faltar, el chiringuito playero, la cervecita en la terracita, el helado chorreante en la cara de algún niño y un sinfín de artilugios e infraestructura en las playas de nuestro país (las mesillas plegables, las colchonetas, las imprescindibles piscinas hinchables, el termo con el gazpachito, las hamacas para no ensuciarse de arena, el bocata aceitoso de sardinas en conserva, la nevera repleta, y un largo etcétera).
El verano, que maravilla. El mar, la playa, la tranqilidad de una calita bañada por el mediterráneo, la brisa marina, el pantalón corto y las chanclas. Esto sí que es vida.